El señor de las moscas
PÓNGALE LA FIRMA

FERNANDO GARAVITO
jotamosca@hotmail.com

El relato de mi aventura editorial con Guillermo Schavelzon, Joseph Contreras y José Vicente Kataraín es como sigue:

En la primera quincena de abril del 2002, tres días después de que lo conociera en Miami, Joseph Contreras, corresponsal del Newsweek en América Latina y el Caribe, me llamó con el propósito de anunciarme que tenía un proyecto importante para mí. Con alguna dificultad terminó contándome por teléfono que el asunto consistía en escribir a cuatro manos un libro con la "biografía no autorizada de Álvaro Uribe" que él pensaba titular "El señor de las sombras". Le dije, claro, que estaba interesado. Me contó que él tenía un agente, Guillermo Schavelzon, argentino, que vendería el libro a alguna editorial española. Muy bien. Me pidió que escribiera un esquema y me invitó a comer para discutirlo.

En pocas horas escribí el esquema. En la comida, a la que fui con mi hija Manuela, de 10 años, se tomó cinco cervezas. Es un impresionante consumidor de cerveza. Le gustó el esquema, lo untó de cerveza por todas partes, y me dijo que se lo enviaría a Schavelzon. Me preguntó por mi hoja de vida, concretamente por los libros que yo había escrito. Le conté que había escrito catorce libros.

–¡Catorce libros! –me dijo–. No puedo creerlo. Yo no he podido escribir ni el primero.

Luego le expliqué que para el éxito del proyecto necesitábamos un apoyo en Colombia y que ese tal no podía ser sino un notable periodista amigo de ambos. Se mostró elusivo.

Dos o tres días después me llamó para decirme que el contacto con la primera editorial había fracasado. No sé cómo se llamaba esa editorial. Y luego, dos o tres días más tarde, me contó que el segundo contacto también había fracasado. Entonces le hablé de Kataraín. ¡Yo le hablé de Kataraín! Me dijo que lo conocía, que era un delincuente, que él no pensaba hacer negocios con ese tipo, pero que bueno, que le preguntaría a Schavelzon.Como el libro, para que tuviera algún impacto, debía salir antes de la primera vuelta electoral, Contreras me pidió que nos pusiéramos a trabajar. Me ofreció las oficinas de Newsweek en Miami. Fui con Manuela. El sistema de trabajo era absurdo. Yo tendría que utilizar durante unas pocas horas su propio computador. El teclado era en inglés, sin tildes y sin eñes. Y Contreras no dejaba hacer nada. Hablaba y hablaba y hablaba y no paraba de hablar. Con Manuela comentamos que era ridículo que en la semana en que intenté trabajar con él, durante la cual nos vimos con alguna frecuencia, gritaba que tenía que hacer "una notita de nada" sobre el turismo hacia Guatemala, y que siempre estaba por terminar "esa notita".

–Bueno, termino esa notita, y nos ponemos a trabajar en el libro.

Me di cuenta de que era imposible. Que si me quedaba ahí no iba a poder hacer nada. A mí el asunto me interesaba no sólo porque representaba algún ingreso, importante dada mi precaria situación económica, sino, ante todo, porque era un fascinante tema periodístico. De manera que comencé a trabajar en la casa donde vivía en ese momento, en condiciones bastante difíciles, y traté de no volver nunca por Newsweek. Contreras me entregó copia de su archivo, con algunos documentos importantes (que luego utilicé), y me dejó a mi suerte.

Se suponía que él escribiría seis capítulos de los doce inicialmente previstos, y yo otros seis. Comencé entonces a trabajar en los míos. Mientras tanto, él seguía con su "notita".

Fue entonces cuando, ahorcado por una situación económica desesperada como consecuencia de mi reciente exilio, decidí viajar a la casa de unos parientes de mi mujer que nos ofrecían ayuda y alojamiento en el extremo norte del país. A Contreras no le expliqué, claro, que mi primera urgencia era poner tierra por medio entre los dos. Me dijo que él podía viajar un fin de semana al lugar donde yo viviría, para que trabajáramos en el libro. Le supliqué que no. Que para eso se habían inventado la red de internet. Me dijo "stá bien, stá bien". Esa es la respuesta que él da a cualquier cosa.

Viajé. Y comencé a escribir. Yo tenía (y tengo) casi la totalidad del prontuario contra Uribe. Centenares de documentos. Un día me llamó para decirme que Kataraín había aceptado editar el libro y que Schavelzon iba a firmar el contrato. Me preguntó si yo estaría de acuerdo con que él figurara como autor, especificando que yo lo había "asesorado". Le contesté claramente que no. Le dije que sólo aceptaba que firmáramos juntos nuestro trabajo. Para mis adentros pensé que ese trabajo “nuestro” era sólo “mi”
trabajo y que él no iba a hacer nada, pero bueno, yo necesitaba darle salida a esos datos y no me quedaba difícil meterlo ahí, como un bulto.

En ese momento necesité confrontar documentos y personas en Colombia. Le volví a pedir que habláramos con nuestro amigo común. Comenzó a huir. No dijo ni sí ni no. Sencillamente me recordó que el tema era supersecreto y que era mejor no contarle a nadie del proyecto para que no pudieran "abortarlo".

Supongo que en esa época se firmó el contrato. Sólo mucho después conocí el texto. Me dijo que si quería, podía enviármelo para que lo firmáramos ambos, pero que, por la premura, era mejor que él lo firmara en Miami y se lo devolviera a Schavelzon rápidamente. Le pregunté cómo irían nuestros créditos. Dijo que el libro aparecería firmado por "Fernando Garavito y Joseph Contreras". En ese orden. Confié en él y le dije que firmara, que enviara el contrato y que, cuando pudiera, me mandara una copia. Nunca lo hizo.

Yo seguí escribiendo. El ritmo era enloquecedor. Me levantaba a las tres de la mañana y me acostaba a las 11 de la noche, todos los días. Entre tanto, Contreras viajó a Cuba. Allá estuvo más de una semana. Me puse muy contento. Con él en Cuba yo terminaría el libro sin problemas. De vez en cuando me llamaba para ver en qué iba el trabajo. Como no teníamos un investigador en Colombia, recurrí a él. A lo largo del proceso le puse unas veinte tareas de investigación. Hizo cuatro o cinco.

Cuando regresó a Miami me dijo que debíamos enviar el libro ya, que Kataraín lo estaba reclamando de urgencia. En ese momento me llamó por primera vez Schavelzon, un argentino, de voz muy amable, que me explicó que se necesitaban "ya" los originales. Entre otras cosas me preguntó si no era mejor que firmara sólo Contreras y que yo apareciera como asesor.

–Es por tu seguridad. Piensa que si hay demandas, a un periodista norteamericano no le pueden hacer nada, pero a un colombiano lo pueden comprometer de muy mala manera.

Le expresé que yo siempre me había responsabilizado de lo que había escrito, que era posible que se presentaran algunas demandas pero que yo estaba acostumbrado a eso y que ya había ganado varias tutelas. Me expresó su admiración (“mi admiración”, dijo), y aceptó otro argumento:

–En Colombia –sostuve–, el periodista conocido soy yo. A Contreras nadie lo conoce.

De otra parte, le pregunté concretamente si en el contrato decía que el libro llevaría la firma de ambos. Me dijo que sí. Luego puse mis plazos. Para mí era difícil entregar un trabajo de esa manera, porque a medida que avanzaba encontraba nuevos datos que modificaban los capítulos ya escritos. Pero bueno, le prometí que le enviaría el primero. Y así lo hice, con copia a Contreras. A este le pareció “maravilloso”. Me dijo que sólo había encontrado un error: donde yo escribí que Uribe había sido director de Aerocivil por espacio de 18 meses debía decir 28, como se desprendía del texto. Le di las gracias. Un día más tarde me llamó para preguntarme “si ya había seguido sus instrucciones”. Me pareció ridículo, pero dado que ya lo conocía como lo que es: un charro mexicano bocón, no dije nada. Sin embargo, para sacarme la espina, le expliqué que de ahora en adelante le enviaría el material directamente a Schavelzon para que él se lo remitiera a Kataraín. Se quedó callado. Noté que no le había gustado la cosa, pero aceptó sin chistar.

De ahí en adelante las cosas se volvieron vertiginosas. Me tocó eliminar los seis capítulos que Contreras no escribió y embutirlos dentro de los que yo había escrito. Se los remití para que los leyera. Hizo varias correcciones mecanográficas. Por ahí tengo algunas copias de sus “aportes”. No sé si sea un buen periodista, pero de lo que sí puedo dar fe es que se trata de un excelente corrector de pruebas. En dos capítulos hizo observaciones de fondo. No más de cuatro en total. Investigó algunos temas. Cada vez que era necesario hablar con un funcionario importante, estaba listo. Esa tarea sí la hacía de inmediato. Y llegaba con algunas respuestas. Gracias a él pude corregir unas pocas imprecisiones. Aparte de eso, en cada llamada me interrogaba sobre los personajes que yo citaba y sobre las circunstancias que acompañaban las distintas anécdotas. Recuerdo una en particular:

–Ah, De Greiff –me dijo–, ¡el fiscal que fue embajador en México!

–No –le corregí–, uno de los grandes poetas colombianos del siglo XX.

–Stá bien –me respondió–, yo nunca leo poesía.

Pero yo soy yo, y seguiré siendo yo hasta el final de mis días. Para curarme en salud, resolví entonces firmarle las dos páginas que él escribió para el libro, donde cuenta la accidentada entrevista que sostuvo con Uribe en febrero del 2002. “Si alguien lee el texto con cuidado –pensé para mis adentros–, será ahí donde descubrirá que el resto es mío”. Pero digo que yo soy yo porque soy un ingenuo. Nadie leyó ese pormenor que, sin embargo, figura todavía como testigo mudo de mi aserto. Está en las páginas 203
a 207.

El 9 de mayo del 2002, le dije a Schavelzon que no alcanzaba a entregar el libro. Me contestó que era imposible. Que teníamos un contrato firmado. Me reventé esa noche. Ya había enviado el Epílogo, y los capítulos 1º al 5º. Faltaban el 6º (sobre la gobernación de Uribe), y el 7º, sobre su propuesta política. El 9 por la noche, ya no recuerdo bien porque el atafago de esos días me hace un nudo en la memoria, eliminé el 7º y ordené el material del 6º: 250 páginas. A las 3 de la mañana comencé a escribir el 6º. Yo sabía que no alcanzaba. A las 9 de la mañana me llamó Schavelzon. Le dije que el plazo de las 3 de la tarde era imposible. Que me dieran hasta las 6 para ver si podía terminar el 6º, y que elimináramos el 7º. Estuvo de acuerdo. Me dijo que él viajaba a Barcelona y que se lo remitiera directamente a Kataraín "antes de las 6 de la tarde hora de Colombia, o sea, 7 de la noche hora tuya".

A las 2:30 llamó Contreras. Estaba molesto. ¿Por qué no había enviado el último capítulo? Le dije que Schavelzon me había dado plazo hasta las 6. Preguntó si se le había avisado a Kataraín. Yo me disgusté. Le dije que me pusiera en contacto con Kataraín, que no hablaría con nadie más, ni con gerentes ni con nadie que no fuera Kataraín. Necesitaba que me dieran la noche para terminar el capítulo.

A las 5 de la tarde me llamó Kataraín. Más o menos me preguntó qué papel jugaba yo en todo ese paseo. Extrañado, le dije que yo había escrito el libro. Que era yo el que tenía toda la información, todos los archivos. Que yo había escrito cada capítulo, es más, cada palabra. Y le pedí que me diera la noche de plazo para enviar el último capítulo. Me dijo que no se podía porque ya tenía montadas las redes de distribución. Me tocó aceptar. Le pedí veinte minutos para ponerle el copete a lo que estaba escribiendo (en ese momento el capítulo iba por la página 23), y le informé que tendría
todo el material a las 6 de la tarde hora de Colombia. Se mostró de acuerdo. Me senté como un bólido. Nunca había escrito tan rápido. La última parte del capítulo 6º va entre comillas. Todo entre comillas. Son documentos que estaba procesando en ese momento, y que mis fuentes me habían enviado a lo largo de meses.

Terminé a las 5:50 hora de Colombia. Cuando abrí la dirección de internet para enviar el capítulo, encontré que alguien que firmaba <mipersona@hotmail.com> me había enviado 500 mensajes que me tenían bloqueado. Tal vez se trataba de un virus. No abrí ninguno de los archivos, y comencé a borrarlos, uno por uno, con angustia. Cuando terminé de borrar cien, le envié el capítulo a Contreras, con un SOS urgente de que lo retransmitiera a Colombia. Creo que me equivoqué de dirección: no sé si se lo envié a jogutierrez y no a jocontreras, que, por razones del "jo", están pegados en el directorio. Pero eso no lo he podido comprobar y no le he preguntado a jogutierrez si recibió mi envío. El hecho es que Contreras me dijo que nunca lo había recibido.

Hacia las 6.00 hora de Colombia terminé de borrar a "mipersona". Conecté la revisión del virus. Se demoró diez minutos y me informó que no tenía ninguno. Un poco más tranquilo envié el capítulo a Kataraín a las 6:11 hora de Colombia. No dejé copia. ¿Para qué iba a dejar copia de algo que tenía idéntico en mi computador? El aparato me indicó que el envío había entrado correctamente. En ese momento bajé a comer. Manuela y mis parientes estaban esperándome con una copa de vino. Yo estaba feliz. Había cumplido. Pero me caía de sueño. Comí, brindamos por el libro, y me acosté a dormir. Antes, le bajé el volumen al teléfono. Necesitaba dormir siquiera 16 horas.

Pero no pude. A la mañana siguiente me desperté a las 5 (dos horas después de mi ritmo habitual de trabajo en esos días), entré a la red y me puse a contestar mensajes. Yo contesto todo lo que me llega. Tenía 220 mensajes atrasados. A las 8 de la mañana hice una pausa para mirar qué nuevos mensajes tenía. Encontré uno solo, de Contreras, donde me decía que el capítulo no había llegado.

En un dos por tres lo envié de nuevo y le remití una copia a Contreras con el ruego de que lo enviara por su lado para evitar cualquier contratiempo. En ese momento atribuí el problema al hipotético virus. Más tarde deduje que no. Pienso todavía que fue una argucia de Kataraín para actuar como actuó de ahí en adelante.

Contreras leyó el capítulo y le hizo dos observaciones de importancia: una, sobre una frase que había sido dicha por Uribe de otra manera en la entrevista que sostuvo con él en Bogotá; y otra, sobre el hecho de que no era Fernando Botero quien había visitado a Uribe en Colombia, sino al revés, que era Uribe el que había visitado a Botero en México. Después comprobé que hasta en esa pequeña tarea había resultado un fiasco: ¡es Botero el que visita a Uribe en Colombia! Hice las correcciones del caso, cambié las
letras trastocadas, y envié el capítulo a Kataraín con una notica donde le decía que, si era posible, se hicieran los cambios, o si no, que se tuvieran en cuenta para la segunda edición.

Ese día Contreras estaba "muy preocupado". Me preguntó si había enviado mi foto.

–¿Cuál foto? –le pregunté.

–La de la carátula.

–No, a mí no me pidieron ninguna foto.

–No puede ser –me dijo haciéndose el loco.

Y yo, como una pelota, le expliqué que era posible que Kataraín hubiera pedido una foto mía en El Espectador, o que él mismo tuviera una en su archivo, dado que yo había publicado un libro con él por allá en 1989.

–Debe ser así –me dijo.

Eso fue todo. A las 5 de la tarde del 11 de mayo, todavía demolido de cansancio, entré a la red. Contreras me enviaba, muy secamente, una reclamación de Kataraín contra nosotros. Según él, yo había incumplido con mi palabra de enviar el capítulo a la hora prevista, y la editorial había tenido pérdidas que calculaba en cien mil dólares. Por consiguiente iniciaría contra nosotros (Schavelzon, Contreras y yo), una acción reclamatoria por esa suma.

Ese es el cuento.

Portland, Maine, mayo 15, 2002

Adenda del 8 de agosto del 2004: Con base en ese resumen le pedí a un penalista amigo mío que los pusiera en su sitio. Y así lo hizo. El hecho es que me negué de plano a vender el pedazo de apartamento que todavía no he terminado de comprar y que constituye todo mi patrimonio, para pagarle a Kataraín la publicación de un libro mío que firma otra persona.