Dudaba si hacerlo en Bogotá con ayuda de Amnistía Internacional
o trabajando en Francia, atendiendo la invitación del colega
y amigo René Major, director de la importante revista cultural
Confrontation de París , de modo más efectivo.
Sólo más tarde supe que el malogrado filósofo alemán
de la justicia sin violencia y erudito crítico literario Walter
Benjamín, atribuía el infortunio que acabó sellando
su fatal destino , a una conjura de la ruindad satánica con impericia
propia y con su metáfora combatía el intelectualismo racionalista
.
Su alegoría del ominoso Agesilaus Santander poco tenía
que ver con quien fuera nuestro "hombre de las leyes" y sin
omitir que todos los consejeros áulicos colombianos fueron tan
tenebrosos como el siniestro jorobado, Schopenhauer, para complementar
la mera intelección del Iluminismo , se apoya en la autoridad
de il generalli, mientras Benjamín atribuye a su Santander su
propia torpeza y mala suerte, en una amalgama satánica de cinismo
y necedad.
El Agesilaus Santander de Benjamín , amalgama la inepcia servil
al dominio manipulador como íncubo y súcubo de la pareja
criminal de Nicéforo y sus colegas italianos, pero fusionados
en un solo missgeschik, un jorobado tramposo.
Desde Arístides Fernández, verdugo de los intelectuales
liberales en plena Guerra de los Mil Días, al abogado leguleyo
y jefe de los matones tranviarios Arturo Hernández, llamado Chichimoco
en 1928, hasta Lucio Pabón Núñez en la dictadura
conservadora del medio siglo, todos los temidos
consejeros pasaron al olvido y acabaron deambulando por Bogotá,
taciturnos y aislados, sin brillo alguno.
A ellos había que añadir al redactor del Estatuto de Seguridad,
Álvaro Pérez Vives. ¿Qué arcano acabó
con estos zascandiles, y cuál enseñanza ofrece una historia
repetida todo el siglo pasado, antes de dar paso a aperturas como las
de los presidentes Rafael Reyes, Enrique Olaya Herrera y Alberto Lleras
Camargo?
No sabía decidir si debía trabajar en Europa en una red
de interesados en los derechos humanos de los colombianos, o hacerlo
desde Bogotá contando con la colaboración de Amnistía
Internacional. René Major también me instaba a participar
en sus intentos de revitalizar la ciencia de Freud, lejos de la ferocidad
inepta del espectro que asustó largos años a Colombia
hasta cuando la Corte Constitucional proscribió, por sentencia
C251-02, someter la justicia a la tutela militar, cuatro meses después
de muerto Vásquez.
En esa visita a Medellín presentía mi exilio: ¿podría
acaso reunir a mi dispersa familia radicándome en la Ciudad Luz
como analista, o más bien debía secundar al Cpdh en su
dura lucha en Colombia misma? Al recibir en el hotel una llamada telefónica
del historiador Álvaro Tirado Mejía, no lograba definir
qué sería mejor para todos.
-¿Así que te quedaste solo en nuestra bella-villa? -me
preguntó el jefe de Firmes de Antioquia, sobre nuestra visita
conjunta a Medellín con varios intelectuales bogotanos que, terminados
los actos públicos, regresaron a Bogotá.
-No acompañé a mis colegas en su retorno, para descansar
antes de tomar algunas importantes decisiones personales-, contesté.
-Debemos vernos mañana -replicó Tirado-, pues quizás
ahora te agradaría ir a una fiesta de los compañeros de
Firmes. Es una rumba a la que yo no iré-, agregó el cauteloso
Tirado, cuya paradójica invitación quizás advertía
sobre lo que habría de venir:
-Acepto- dije, anticipando la ocasión de oír su opinión
sobre el papel de aquellos hombres fuertes, y contento mientras tanto
de pasar un rato con los socialistas antioqueños.
En la finca donde se reunían los socialistas, creía encontrar
solo intelectuales atropellados, brillando como "chispas esparcidas
al romperse los vasos", pero pronto constaté que de la fiesta
participaban toda clase de enemigos encubiertos: el localismo hacía
de todo chisme una sospecha, y las más ingeniosas agudezas resultaban
imbéciles para forasteros, así fueran de suma utilidad
para la malevolencia ideológica.
Al insistir en retirarme, otro compañero se ofreció gentilmente
a llevarme a la ciudad, pero un erudito, intentando retenerme mencionó
al filósofo de la justicia sin violencia Walter enjamín,
y a su "jorobadito Agesilaus Santander ", y dijo:
-En estos días sepultamos aquí al músico Carlos
Vieco, autor de un pasillo, El Violento. Quizás el tema interesara
al compañero José Obdulio Gaviria, ahora demasiado ocupado
con la joven graduada de filosofía que él le presentó
a un cliente suyo y que desde ayer es la prometida del derechista Álvaro
Uribe Vélez, futuro presidente de Colombia. Esta fiesta es en
honor suyo.
-¿Carlos Vieco, el autor de cientos de bambucos, pasillos y torbellinos
sobre el ideal antioqueño? -dije, pues este nombre, a diferencia
del de aquel político, sí me era conocido:
-¿Acaso Vieco no cantaba a quien cultiva "su vega labrantía"
en la soledad de la montaña hostil, y a su épica lucha
contra la naturaleza y los crueles latifundistas?
El delirio alcohólico veía a los pobres colombianos votando
por un gárrulo pregonero con aspecto de colegial, en disfraz
de tímido erudito, cuyo éxito de "culebrero"
como venido de Cerreto, el pueblo italiano de vendedores de específicos,
o charlatanes, era previsible, pese a que en el país de ciudades
de la Colombia del nuevo milenio el ideal urbano llevaba la delantera
y la parodia enmascaraba la violencia social.
El mito de Vieco contrastaba con los ideales urbanos, de cuya éxito
político nadie dudaba, ¿pero acaso la mentira no menaza
la salud mental y física de quien se pretenda tocado de santa
misión civilizadora?
Mientras el uno por ciento de la población colombiana gana cien
veces el salario mínimo y un cuarto del total soporta la miseria,
el ideal urbano no dice la verdad para todos.
Para satisfacer a mi interlocutor busqué con la vista al missgeschik
de Benjamin, y ví al gamín sentando cátedra y justificando
a un Carl Schmitt , cuando refuta el final hegeliano de la historia
por partir de un negativo, mientras él mismo quiso hacer olvidar
el crimen de Hitler el 10 de agosto de 1934, la Noche de los Cuchillos
Largos y, para satanizar al marxismo e implantar una violencia ayuna
de toda metafísica, hizo de ella un glorioso comienzo.
Este tipo de retórica fue esclarecedor para mí: no encontraría
una iluminación salvadora en los ademanes del de la esquina ni
en las teorías de Schmitt ni en la astucia del siniestro robadito
Agesilaus Santander -acróstico de Benjamin para el Ángel
de Satán-.
Tan absurdo es partir del negativo final para llegar al "final
de la historia", como facultar al enano teológico de Benjamín
para manejar los hilos secretos del autómata de Edgar Allan Poe,
cuyo siniestro jugador de ajedrez de Maelzel maneja los hilos secretos.
No me quedaba sino trabajar en Europa por los derechos humanos de los
colombianos, como Benjamin cuando dijo: Niño querido, ruega también
por el jorobadito. Así lo vio la premonición de Edgar
Allan Poe , cuyo italiano cargado de hombros de Maelzel, manipula la
historia de modo siniestro.
Benjamin sabía que los matones bien pueden llevar a alguien al
poder, pero luego su jefe tendrá que liberarse de ellos.
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