ATISBANDO AL OMINOSO JOROBADO


POR JOSÉ GUTIÉRREZ

Mal podía imaginar antes de finalizar 1979, cuando visité Medellín a un año de expedida la ley marcial del presidente Turbay o Estatuto de Seguridad combatido por el partido socialista Firmes , que iba a conocer en persona a un futuro émulo de los hombres fuertes del conservatismo colombiano, y menos, que ese personaje autoritario fuera José Obdulio Gaviria, un copartidario.

Yo no lograba definir qué hacer para ayudar al grupo de seguidores de Alfredo Vásquez Carrizosa , escritores, artistas plásticos y profesores universitarios del Comité Permanente por los Derechos Humanos, Cpdh, que denunciaban las torturas a los guerrilleros del M19, presos en los cuarteles de caballería de Usaquén.


El polémico asesor presidencial José Obdulio Gaviria, primo hermano del extinto capo del narcotráfico Pablo Escobar Gaviria.

Dudaba si hacerlo en Bogotá con ayuda de Amnistía Internacional o trabajando en Francia, atendiendo la invitación del colega y amigo René Major, director de la importante revista cultural Confrontation de París , de modo más efectivo.
Sólo más tarde supe que el malogrado filósofo alemán de la justicia sin violencia y erudito crítico literario Walter Benjamín, atribuía el infortunio que acabó sellando su fatal destino , a una conjura de la ruindad satánica con impericia propia y con su metáfora combatía el intelectualismo racionalista .

Su alegoría del ominoso Agesilaus Santander poco tenía que ver con quien fuera nuestro "hombre de las leyes" y sin omitir que todos los consejeros áulicos colombianos fueron tan tenebrosos como el siniestro jorobado, Schopenhauer, para complementar la mera intelección del Iluminismo , se apoya en la autoridad de il generalli, mientras Benjamín atribuye a su Santander su propia torpeza y mala suerte, en una amalgama satánica de cinismo y necedad.

El Agesilaus Santander de Benjamín , amalgama la inepcia servil al dominio manipulador como íncubo y súcubo de la pareja criminal de Nicéforo y sus colegas italianos, pero fusionados en un solo missgeschik, un jorobado tramposo.

Desde Arístides Fernández, verdugo de los intelectuales liberales en plena Guerra de los Mil Días, al abogado leguleyo y jefe de los matones tranviarios Arturo Hernández, llamado Chichimoco en 1928, hasta Lucio Pabón Núñez en la dictadura conservadora del medio siglo, todos los temidos

consejeros pasaron al olvido y acabaron deambulando por Bogotá, taciturnos y aislados, sin brillo alguno.

A ellos había que añadir al redactor del Estatuto de Seguridad, Álvaro Pérez Vives. ¿Qué arcano acabó con estos zascandiles, y cuál enseñanza ofrece una historia repetida todo el siglo pasado, antes de dar paso a aperturas como las de los presidentes Rafael Reyes, Enrique Olaya Herrera y Alberto Lleras Camargo?

No sabía decidir si debía trabajar en Europa en una red de interesados en los derechos humanos de los colombianos, o hacerlo desde Bogotá contando con la colaboración de Amnistía Internacional. René Major también me instaba a participar en sus intentos de revitalizar la ciencia de Freud, lejos de la ferocidad inepta del espectro que asustó largos años a Colombia hasta cuando la Corte Constitucional proscribió, por sentencia C251-02, someter la justicia a la tutela militar, cuatro meses después de muerto Vásquez.

En esa visita a Medellín presentía mi exilio: ¿podría acaso reunir a mi dispersa familia radicándome en la Ciudad Luz como analista, o más bien debía secundar al Cpdh en su dura lucha en Colombia misma? Al recibir en el hotel una llamada telefónica del historiador Álvaro Tirado Mejía, no lograba definir qué sería mejor para todos.

-¿Así que te quedaste solo en nuestra bella-villa? -me preguntó el jefe de Firmes de Antioquia, sobre nuestra visita conjunta a Medellín con varios intelectuales bogotanos que, terminados los actos públicos, regresaron a Bogotá.

-No acompañé a mis colegas en su retorno, para descansar antes de tomar algunas importantes decisiones personales-, contesté.
-Debemos vernos mañana -replicó Tirado-, pues quizás ahora te agradaría ir a una fiesta de los compañeros de Firmes. Es una rumba a la que yo no iré-, agregó el cauteloso Tirado, cuya paradójica invitación quizás advertía sobre lo que habría de venir:

-Acepto- dije, anticipando la ocasión de oír su opinión sobre el papel de aquellos hombres fuertes, y contento mientras tanto de pasar un rato con los socialistas antioqueños.

En la finca donde se reunían los socialistas, creía encontrar solo intelectuales atropellados, brillando como "chispas esparcidas al romperse los vasos", pero pronto constaté que de la fiesta participaban toda clase de enemigos encubiertos: el localismo hacía de todo chisme una sospecha, y las más ingeniosas agudezas resultaban imbéciles para forasteros, así fueran de suma utilidad para la malevolencia ideológica.

Al insistir en retirarme, otro compañero se ofreció gentilmente a llevarme a la ciudad, pero un erudito, intentando retenerme mencionó al filósofo de la justicia sin violencia Walter enjamín, y a su "jorobadito Agesilaus Santander ", y dijo:

-En estos días sepultamos aquí al músico Carlos Vieco, autor de un pasillo, El Violento. Quizás el tema interesara al compañero José Obdulio Gaviria, ahora demasiado ocupado con la joven graduada de filosofía que él le presentó a un cliente suyo y que desde ayer es la prometida del derechista Álvaro Uribe Vélez, futuro presidente de Colombia. Esta fiesta es en honor suyo.

-¿Carlos Vieco, el autor de cientos de bambucos, pasillos y torbellinos sobre el ideal antioqueño? -dije, pues este nombre, a diferencia del de aquel político, sí me era conocido:

-¿Acaso Vieco no cantaba a quien cultiva "su vega labrantía" en la soledad de la montaña hostil, y a su épica lucha contra la naturaleza y los crueles latifundistas?

El delirio alcohólico veía a los pobres colombianos votando por un gárrulo pregonero con aspecto de colegial, en disfraz de tímido erudito, cuyo éxito de "culebrero" como venido de Cerreto, el pueblo italiano de vendedores de específicos, o charlatanes, era previsible, pese a que en el país de ciudades de la Colombia del nuevo milenio el ideal urbano llevaba la delantera y la parodia enmascaraba la violencia social.

El mito de Vieco contrastaba con los ideales urbanos, de cuya éxito político nadie dudaba, ¿pero acaso la mentira no menaza la salud mental y física de quien se pretenda tocado de santa misión civilizadora?

Mientras el uno por ciento de la población colombiana gana cien veces el salario mínimo y un cuarto del total soporta la miseria, el ideal urbano no dice la verdad para todos.

Para satisfacer a mi interlocutor busqué con la vista al missgeschik de Benjamin, y ví al gamín sentando cátedra y justificando a un Carl Schmitt , cuando refuta el final hegeliano de la historia por partir de un negativo, mientras él mismo quiso hacer olvidar el crimen de Hitler el 10 de agosto de 1934, la Noche de los Cuchillos Largos y, para satanizar al marxismo e implantar una violencia ayuna de toda metafísica, hizo de ella un glorioso comienzo.

Este tipo de retórica fue esclarecedor para mí: no encontraría una iluminación salvadora en los ademanes del de la esquina ni en las teorías de Schmitt ni en la astucia del siniestro robadito Agesilaus Santander -acróstico de Benjamin para el Ángel de Satán-.

Tan absurdo es partir del negativo final para llegar al "final de la historia", como facultar al enano teológico de Benjamín para manejar los hilos secretos del autómata de Edgar Allan Poe, cuyo siniestro jugador de ajedrez de Maelzel maneja los hilos secretos.

No me quedaba sino trabajar en Europa por los derechos humanos de los colombianos, como Benjamin cuando dijo: Niño querido, ruega también por el jorobadito. Así lo vio la premonición de Edgar Allan Poe , cuyo italiano cargado de hombros de Maelzel, manipula la historia de modo siniestro.

Benjamin sabía que los matones bien pueden llevar a alguien al poder, pero luego su jefe tendrá que liberarse de ellos.