FERNANDO GARAVITO: EXILIADO Y CENSURADO

"COLOMBIA SE ESTÁ CONSUMIENDO EN SU PROPIA HECATOMBE"


- Este país no soporta ninguna opinión que no sea la oficial, consagrada, bendecida y autocensurada. Periodísticamente estamos cercados y hemos desaparecido aplastados como las moscas por un periódico contra los ventanales de la sala. En Colombia lo malo convive, mi columna no fue de las Convivir, como ahora se estila.


POR FERNANDO ARELLANO ORTIZ

 

Su pluma y sus posiciones políticas desafinan en medio de la actitud unanimista, el autoengaño y la estulticia mental en que se debate Colombia desde hace ya algunos años. Desafina dentro del cerrado, monopólico y selecto club de los columnistas de la prensa colombiana al que se pertenece no por los dotes intelectuales o los méritos de los opinadores, sino porque se es dueño o accionista del medio de comunicación, o familiar o amigo, o en últimas cipayo de los propietarios de la prensa de esta país, o también porque se lleva un apellido tradicional de "la decadente oligarquía colombiana". Por desafinar y por asumir una actitud independiente que en Colombia no está permitido, el pasado 23 de diciembre de 2002, el director de El Espectador le notificó al periodista Fernando Garavito en su exilio, que su columna caracterizada por ser crítica y punzante no va más. Y no podía ir más habida cuenta que la voz de Garavito criticando a la clase dirigente que por su mediocridad, su rapacidad y su corrupción terminó convirtiendo a este país del Sagrado Corazón de Jesús en una hecatombe y a sus habitantes en unos seres desesperanzados y sin futuro, era incómoda y fastidiosa para los mandamases y los ilotas del régimen imperante.

 

En el coro del unanimismo, Garavito desentona y era obvio que El Espectador cuyo propietario es el poderoso grupo oligopólico Santodomingo lo acallara y le dijera que hasta aquí llegó.

Este curtido periodista, maestro de periodistas que ha tenido que exiliarse por las amenazas contra su vida, lo entiende así. "Entiendo -afirma- que en Colombia la libertad de prensa está en peligro, mientras que, frente a la información, la libertad de empresa sigue haciendo de las suyas. No quiero que se piense en mí como una víctima de la represión de los poderosos grupos económicos que hoy nos manejan, ni como un cordero sacrificado en el altar del unanimismo. Soy, simplemente, una voz independiente que ha sido censurada".

Y claro, la censura a Garavito por parte de El Espectador pasó casi desapercibida en esta Colombia donde campea la banalidad y lo fatuo, y en que la genuflexión y la incondicionalidad a los poderosos y a quien ejerce el poder de turno es el común denominador.

Ya lo había dicho el propio Garavito, inclusive: en este país destrozado que no ha logrado aún encontrar su destino, "no hay clase política, solo una clase politiquera. No hay gobierno, hay un club de negocios. No hay un Congreso, hay avivatos que trabajan contra los intereses de la mayoría de colombianos"
Era entonces obvio que esa dirigencia corrupta y politiquera colombiana que describe muy bien Garavito no se aguantara más que le siguiera cantando sus verdades y terminara censurándolo.

Que mejor entonces que invitarlo a él a dialogar sobre periodismo y a dar una rápida mirada a lo que ha sido el devenir histórico de esta desventurada Colombia, cuyas clases dirigentes la han sumido en un mar proceloso de abatimiento, impotencia y postración.

UN PERIODISMO CORROIDO POR EL CÁNCER DE LA BANALIDAD

- Para empezar hablando de periodismo hay que preguntarle ¿por qué el seudónimo de Juan Mosca, si se tiene en cuenta que las moscas no merodean sitios muy salubres?
- Sí, precisamente el seudónimo proviene de la necesidad que tuve en un determinado momento de enfrentar la elaboración de reportajes políticos. Alrededor de los políticos realmente el ambiente no es muy sano y ese es el sentido inmediato del Mosca, pero también hay otro que es una referencia literaria quizás un poco pedante al famoso conde Mosca que en la Cartuja de Parma es uno de los personajes centrales y es un fino político, inteligente que maneja el principado a su amaño y que se enamora de la duquesa Sanseverina. De tal manera que mi Mosca está en esa confluencia de mosca y Mosca. Y, algo más, los moscas que son los muiscas y yo tengo de alguna manera como lo muestra mi fisonomía una ascendencia bastante mosquil, por esas tres paticas encontramos la razón de ser Mosca. Y Juan porque todos somos una especie de Juan Lanas, de tal manera que entre el Juan Lanas nuestro y el conde Mosca italiano podemos hacer una mosca que merodeé alrededor de los políticos colombianos.

- ¿A qué atribuye el hecho de que El Espectador haya prescindido de su columna periodística?
- A que este país no soporta ninguna opinión que no sea la oficial y consagrada y bendecida y autocensurada. Yo quise decir las cosas de una manera libertaria, y Colombia es autoritaria. Quise ser distinto, y Colombia es idéntica. Quise darle cabida a la crítica y a la polémica, y en Colombia sólo caben el incienso (y el oro y la mirra), siempre y cuando todo ello vaya dirigido al bolsillo y loor de los poderosos. Yo no me opongo a uno u otro político o grupo. Eso no me interesa. Yo me opongo al ejercicio arbitrario del poder. Y fíjese usted, es el poder el que ahora me censura arbitrariamente. El país necesita un canal de expresión contra ese poder sórdido en el que conviven los herederos de Pablo Escobar con los soldados de Jojoy y los finos políticos neoliberales estilo Gaviria y la caverna presidida por monseñor Rubiano y compañía. Todos ellos conviven. Nosotros no convivimos. Mi columna no convivió. En una palabra, mi columna no fue de las Convivir, como ahora se estila.

- ¿Cuál fue la razón por la que debió exiliarse?
- Por la misma razón en que están exiliados todos los colombianos: porque fui amenazado. En mi caso, la amenaza corrió a cargo de los grupos paramilitares. Pero más que mi posibilidad de supervivencia, que ejercí a través del sagrado derecho de salir corriendo, me preocupa la amenaza que pende sobre el país entero. Para unos, es la amenaza de la superficialidad. Cartagena en vacaciones es la demostración del divorcio profundo que existe entre los jóvenes que algún día nos gobernarán, por herencia, y los súbditos que les llevamos a la mesa la dosis personal de cocaína junto al vaso de jugo de naranja. Para otros, los más, la amenaza es el hambre. Para todos, es la desolación de no tener presente, y de ignorar olímpicamente el pasado. Como de ese pasado no sacamos lección alguna y este presente nos estrangula, vivimos de un futuro hipotético. Antes de entregarle el país al peor postor, Gaviria nos lo anunció con descaro: "Bienvenidos al futuro". Oiga, si el futuro era este, quien nos dio la bienvenida sólo merece el fuego eterno.

- Sus libros son recopilaciones de crónicas y reportajes. ¿Considera que a través de estos géneros periodísticos se puede hacer literatura sin la necesidad de escribir una novela?
- No, yo creo que los reportajes tienen que ser reportajes y las crónicas tienen que ser crónicas. Pero reportajes y crónicas tienen elementos literarios que los hacen atractivos. Esos elementos no pueden ser la coyuntura, no pueden ser lo cotidiano, no pueden ser lo inmediato, siempre tendrán que echar mano de raíces que muestren cuestiones culturales, literarias, artísticas, poéticas, en fin. Yo trato de hacer mis reportajes con esas pequeñas raíces pero evidentemente no soy escritor, soy un periodista. Hubiera querido ser escritor. Seguramente mis hijas, Melibea o Manuela, tratarán de serlo en reemplazo mío. A mí me faltó escribir una obra literaria realmente.

- Siguiendo con estos géneros periodísticos como la crónica, el reportaje, el ensayo, ¿no han sido desplazados por la "dictadura" de las noticias en el periodismo no solamente colombiano sino universal?
- Totalmente, pero no sólo por la dictadura de las noticias sino por la dictadura del espacio y por la dictadura de lo banal. El periodismo escrito atraviesa por una gravísima crisis, mientras que el periodismo de radio y el de televisión son prácticamente inexistentes. En ellos lo que hay es una imagen, una imagen siempre secundaria, siempre coyuntural, siempre inmediata, siempre olvidadiza. A mí me preocupa enormemente lo que está sucediendo con el periodismo en Colombia. Por eso he tratado de vincularme a movimientos y grupos de reflexión sobre ese trabajo, siempre con una gran angustia y con la necesidad de encontrarle a esa expresión un ámbito que le sea más positivo. La realidad es que estamos cercados y hemos desaparecido aplastados como las moscas por un periódico contra los ventanales de la sala.

- ¿Periodísticamente hablando, no habremos tocado fondo en el sentido de que Colombia ya se cansó al observar en los telenoticieros un mismo esquema consistente en violencia, deportes y finalmente piernas y frivolidad?
- Lo importante en Colombia sería buscar formas de periodismo alternativo, periodismo regional, periodismo de sectores específicos, búsqueda de espacios para el análisis y la reflexión, para la interpretación política, todo este tipo de cuestiones que ha descuidado el periodismo. Realmente deberíamos hacer una gran convocatoria nacional que buscara decirle a este periodismo mentiroso de la televisión y al cáncer que está corroyendo al periodismo escrito que basta ya y que es necesario que el periodismo recupere su estatura para convertirse de verdad en una palanca sobre la cual se pueda apoyar el desarrollo de la democracia y de la paz.

PARECE QUE ESTAMOS CONDENADOS

- ¿Cómo analiza el devenir político de Colombia en los últimos años?
- Mi opinión es muy negativa sobre lo que ha ocurrido en Colombia y no lo digo por nuestros gobernantes sino por la falta de contenidos éticos, por la falta de un proyecto político, por la falta de intencionalidad, por la mediocridad que nos agobia. Estamos acorralados, damos palos de ciego, no somos capaces de avanzar, de proponer caminos coherentes que nos saquen de esta hecatombe en la cual nos hemos sumido y consumido poco a poco. En Colombia nos falta liderazgo. Mírese por donde se mire, ese liderazgo no se ve por parte alguna.

- Usted en 1996 publicó un libro que tituló País que duele. Ese titulo en la Colombia de ahora sigue siendo vigente, pero este ya no es un país que duele sino un país que prácticamente ha desaparecido. ¿Usted no tiene esa misma percepción?
- Sí, en Colombia tenemos ahora la necesidad de trabajar por idear y construir un país, porque nosotros desaparecimos como entidad política. En mi opinión somos una serie de grupos humanos sumados unos a otros que no logran tener una relación interna profunda, vigorosa, que permita revertir la conmoción que nos ha tocado vivir durante este proceso histórico. Participo completamente de su tesis: nosotros ya no somos un país. Por consiguiente, si ya no somos país, ya no nos duele.

- ¿No cree que Colombia desde que comenzó su emancipación de España por allá en 1810 y obtuvo identidad como Nación, inició mal su tránsito republicano? Porque la colombiana es una historia de traiciones, de desgarramiento, de mentiras, que se ha ido deformando a través del tiempo, pues en vez de evolucionar hemos involucionado. ¿No comparte esta apreciación?
- Sí, pero comenzamos mal desde antes de la Independencia. En la gran crónica de Rodríguez Freyle, El Carnero, se pueden leer las inmensas traiciones que había entre los grupos originarios que poblaban esta parte del territorio americano, que decían muy mal de su lealtad y solidaridad. No ocurre lo mismo en México. Aunque en ese libro maravilloso que es "La Conquista de México", de Solís, vemos una cantidad de traiciones a Moctezuma, encontramos que si hay un hilo conductor. En cambio lo que aquí hubo fue una barahúnda tremenda de grupos enfrentados unos a otros tratando de destruirse. Persistimos en eso. Llevando las raíces un poco más atrás, a ese comportamiento primitivo nuestro se suma el comportamiento primitivo de un país como España, enfrentado en ese entonces a múltiples guerras internas, lo que da como resultado unos grupos humanos que realmente no obedecen a nada distinto del más crudo y pavoroso individualismo. Cada uno de nosotros es una entidad autónoma frente al otro, sin que podamos hacer nada y sin que hayamos tenido liderazgo y el propósito colectivo que nos indique un camino para llevarnos hacia adelante. Somos unos seres muy enemigos.


 

- ¿Según sus palabras, el siglo XIX fue un siglo perdido políticamente para Colombia?
- Hicimos algunos intentos. Por ejemplo el de Obando, y casi simultáneamente el de Melo, siempre tan desvirtuados y descalificados, son una buena aproximación a un proceso político que hubiera entroncado a los sectores marginales y trabajadores con la administración pública, y hubiera facilitado un desarrollo vigoroso de la actividad política. Pero llegan posteriormente unos comportamientos muy herméticos, muy densos e importantes como los del señor Miguel Antonio Caro, que es la persona que marca con su impronta de fuego la férrea y teocrática Constitución de 1886.

- ¿Pero así como usted habla de intentos progresistas como los de Melo y Obando, no le parece que hubo procesos importantes como los que buscó impulsar Tomás Cipriano de Mosquera?
- Pero en esa actitud de Mosquera y en su periplo vital es donde se frustran los intentos de Melo y Obando. Mosquera era un caudillo, mientras que los otros tenían una concepción social del Estado. Además, hay que recordar que Mosquera trajo a don Florentino González como secretario de Hacienda. Él fue el primer neoliberal colombiano, y abrió las fronteras en el momento en que todas las artesanías y toda la industria nacional debería concentrarse sobre sí misma para buscar la manera de defenderse. Mosquera y González abrieron las fronteras, repito, abrieron las aduanas y vino una avalancha de comercio que arrasó con la incipiente industria colombiana en un momento en que necesitábamos una afirmación y no una dispersión. Con toda la distancia que merece una figura histórica respetable y de estatura como don Florentino, tendríamos que decir que él fue el Rudolf Hommes del siglo XIX. Ambos nefastos.

- Volvamos a hablar de Miguel Antonio Caro, que ciertamente fue también muy funesto para la Colombia de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX...
- Por supuesto, todo ese proceso del gobierno de Núñez con su Regeneración, la Constitución de 1886, el cambio de siglo, la guerra de los Mil Días, el período de Sanclemente y de Marroquín, la pérdida de Panamá, toda esta historia tan angustiosa y sin salida, está marcada por la impronta de la personalidad de ese individuo severo que fue Miguel Antonio Caro, un ser que nunca se asomó más allá de Monserrate y que, sin embargo, tenía una mirada universal a través de la cultura griega. Mientras el mundo giraba en la órbita de las relaciones comerciales y diplomáticas establecidas en el siglo XIX, el señor Caro estaba en Pericles. Posiblemente bien, pero con matices.

- ¿Cuál cree que es la génesis de la violencia en Colombia? ¿Comienza con la independencia o se origina posteriormente por nuestras pugnas políticas?

- Yo creo que viene de atrás, que viene desde siempre. Ese período que hemos considerado siempre como la arcadia: la época de la Colonia, no fue tal. Fue un periodo violento, de grandes crímenes, de grandes traiciones, de una multitud de hechos de sangre que hablan mal de ese aparente oasis bobalicón de tranquilidad y felicidad colectivas. Y, obviamente, en la época precolombina también encontramos una cantidad de acontecimientos de esa naturaleza. No quiero de ninguna manera decir que la violencia sea connatural a nuestro temperamento. Abomino de esa tesis, entre otras cosas desechada desde el punto de vista científico. Pero sí hay una confluencia de factores que nos hacen seres tan rotos, tan individualistas, tan dispersos, tan dispares, que marcamos tantas diferencias con el otro inmediato, que es con el que debemos construir una vida. Nosotros lo que construimos es un proceso de violencia y de ruptura. Por eso es fácil decir que somos unos seres incomunicados.

- Saltemos a mediados del siglo XX, cuando aparecen los grupos guerrilleros. Algunos atribuyen al periodo del Frente Nacional la irrupción de las agrupaciones subversivas. ¿Cuál es su opinión respecto de este experimento político?
- Nefasto, realmente. Me parece que fue el sistema malévolo que cerró los caminos de apertura democrática, que impidió el ejercicio político libre y la creación de nuevas formas de pensamiento, que dividió al país en dos grandes sectores que terminaron por convertirse en uno, y que no permitió el ejercicio coherente de la oposición. Ello obligó a que esa oposición se fuera al campo, se armara y se convirtiera en una guerrilla que en un determinado momento pudo tener posibilidades pero que con el tiempo se trocó en un movimiento feroz con muy pocos elementos políticos y que terminó enfrentado a un Estado que tampoco tiene legitimidad. Estamos en una hecatombe antes que en una guerra civil. Parece que estamos condenados.

- ¿Desde el exilio, como observa la Colombia de Uribe Vélez?

- Mal, muy mal. Este es el presidente del blablablá. Anuncia un referendo para cambiar la estructura política, pero patina y cae en la misma estructura política. Anuncia una serie de reformas para cambiar la estructura administrativa, pero todas ellas: la laboral, la de la justicia, la política, la pensional, la tributaria, inclusive la administrativa, apuntalan al establecimiento. Nosotros padecemos el síndrome agudo de la reformitis y carecemos por completo de la voluntad de entrar de lleno en la revolucionitis. Eso es lo que necesitamos. A Uribe lo único que le importa es la seguridad. Pero se trata de una seguridad mentirosa, basada sobre la exhibición de los fusiles. El país no se ha dado cuenta de que tiene un espejo para mirar la gestión de Uribe Vélez. Ese tal está en Antioquia, donde el actual presidente fue gobernador, y pésimo gobernador, quizás el peor que haya tenido ese departamento en toda su historia. Quien analice lo que él hizo y dejó de hacer, encontrará una forma de aproximación a lo que quedará de nosotros cuando deje la Presidencia. Si la deja.