ELECCIONES EN PERÚ, ENTRE EL NEOLIBERALISMO CONSERVADOR Y EL NEOLIBERALISMO "DESIGN"


Sede del Palacio de Gobierno del Perú.


POR BÁRBARA ESTER

Las próximas elecciones generales en Perú se realizarán el 10 de abril para cubrir los cargos de presidente, vicepresidente, congresistas y parlamentarios andinos. Las encuestas electorales se realizaron desde el inicio del 2013, y la mayoría de ellas dan como favorita a Keiko Fujimori (Fuerza popular), hija del exmandatario detenido por delitos de lesa-humanidad y peculado doloso entre otros, con un porcentaje que oscila entre el 30% y 35% -prácticamente doblando el caudal de la segunda fuerza encabezada por Julio Guzmán (Todos por Perú) con un 17%.

La candidata de Fuerza Popular ha optado por una estrategia comunicacional de desvincularse de su herencia política familiar, admitiendo que "cometieron delitos". Proyectando una opción de neoconservadurismo con mayor respeto por las instituciones, Keiko se ha posicionado en contra de la reelección en caso de ganar la Presidencia, en alusión a la llamada Interpretación Auténtica de la Constitución en la que su padre se facultaba a sí mismo para presentarse por tercera vez, convirtiéndose en el segundo mandato presidencial consecutivo más largo en la historia peruana. A pesar de intentar diferenciarse, su programa es conservador en lo político y liberal en lo económico: se ha manifestado a favor de la pena de muerte -no ya desde la eliminación de la izquierda, sino de la delincuencia en términos abstractos- y contraria al matrimonio de personas del mismo sexo. Al igual que su padre se encuentra envuelta en escándalos de corrupción: el último trascendido se vincula con los fondos de financiación de su campaña electoral donde ella asegura que es el resultado del cobro de entradas a "cocteles y rifas". También fue acusada de recibir fondos de campaña de personajes vinculados al narcotráfico. Aunque intente desvincularse: "Yo soy Keiko Fujimori, no Alberto Fujimori, soy otra persona" tanto sus detractores como sus defensores no pueden esquivar la obligada referencia a Alberto Fujimori.

Julio Guzmán se ha instalado recientemente y con fuerza en la arena política, a raíz de las denuncias contra César Acuña -acusado de plagio y tráfico de influencias a través de su consorcio universitario durante su gestión-. El economista ha tenido un ascenso meteórico, siendo el menos conocido de los 19 candidatos que disputan la presidencia. Esta particularidad de "recién llegado" a la política ha jugado a su favor, representando "un outsider del gusto de la derecha" y una opción alternativa a los políticos tradicionales en vías de extinción. Su apoyo electoral se debe en gran parte a una activa campaña en las redes sociales que le ha permitido captar el voto joven, principalmente limeño y del sector A y B que simpatiza por un cambio pero con fuerte rechazo por la política partidaria, y una identidad escurridiza que no comulga con la rigidez de un programa político sino que por el contrario se ve seducido por cierto aura apolítico.

En su breve paso por el sector público ha generado ciertas suspicacias en cuanto a su vinculación con el gobierno del actual presidente Ollanta Humala del Partido Nacionalista Peruano. Sin embargo, el candidato a presidente no tardó en distanciarse y cultivar una línea que evita toda clase de encuadre partidario como cualquier definición en términos de izquierda y derecha. Autodenominado "moderno" y en representación de los sectores medios emergentes, su discurso se caracteriza por lo ambiguo y cambiante. Lejos de ser una debilidad, la falta de un programa definido y un posicionamiento claro parece ser clave en el éxito de su campaña. Logrando interpretar la nueva subjetividad neoliberal y global imperante, ha capitalizado a su favor la crisis de representatividad del sistema político peruano.

En definitiva, tanto Keiko Fujimori como Julio Guzmán reflejan muchos puntos en común: propuestas poco concretas y la omisión de temas decisivos como la pertenencia a la Alianza del Pacífico y al Acuerdo Transpacífico (TPP), la recaudación de impuestos, la actividad empresarial del Estado, el control de la economía o el presupuesto que demandaría la ejecución de las inversiones sociales que anuncian. Ambos carecen de un programa sólido para resarcir a la sociedad peruana de los principales desafíos, como es el caso de la gran informalidad del mercado laboral (75% de la población económicamente activa) que ha dejado como herencia el achicamiento del Estado fujimorista homologado por sus sucesores.
Cuando en 1992 el entonces presidente Fujimori cerró el Congreso y el Poder Judicial mediante un autogolpe, fueron erradicadas las identidades políticas que habían articulado la vida nacional desde 1980. La falta de reputación, posicionamiento ideológico, financiamiento o una mínima estructura organizativa hizo el resto. Llegando a lo que el politólogo Mauricio Zavaleta denomina como "agentes libres" o "jugadores políticos disponibles", en referencia a personajes públicos dispuestos a ser lanzados al mercado electoral como un producto que a la vez ofrezca horizontes de individuación.

En un contexto cultural de hegemonía neoliberal el electorado se vuelve volátil y ya no responde a su posición socioeconómica ni a un programa político, sino a una combinación compleja de indicadores sociales como el origen regional, etnia, género, edad o las propias aspiraciones. La ideología brilla por su ausencia y sus retóricas buscan interpelar a ciudadanos -aunque individuos primero- desde una rutina cotidiana que no representa ni propone una participación más allá del voto

Enmarcada en la restauración conservadora latinoamericana, Perú se debate entre una derecha de carácter conservador expresado en el núcleo duro que se identifica con Fujimori y su bagaje simbólico y un 70% que pragmáticamente elegirá al candidato "menos malo" ante la falta de sólidas estructuras en el juego político. A diferencia de las últimas elecciones donde Keiko fue derrotada frente a Ollanta Humala, que se presentaba como una opción latinoamericanista con guiños al chavismo -aunque luego desechados en la real politik-, ambas opciones son claramente versiones de la derecha con diferencias de estilo, más o menos aggiornadas al nuevo paradigma cultural hegemónico que considera la apolítica un valor en sí mismo. La construcción de una nueva democracia con mediaciones sociales integradoras continúa siendo una deuda pendiente.

CELAG, marzo de 2016.