LOS COSTOS DE LA GUERRA EN COLOMBIA Por Ramiro Gutiérrez Z.* |
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RESUMEN |
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Este texto, propicio para el análisis y la reflexión, afirma
que si la guerra es insostenible y la victoria imposible, lanzar al país
por el despeñadero de la opción bélica total es criminalmente
irresponsable. Los lectores sabrán ir más allá de
los datos aún parciales que soportan esta conclusión. BREVE
VISTAZO AL MUNDO
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Este último proceso, de más
de tres años, quizá le haya permitido al país urbano,
a sus capas altas y medias, darse cuenta de lo complejo y difícil
de entender y por ello de superar el conflicto. Siempre esta confrontación
la habíamos visto por allá, lejos, “en las montañas
de Colombia”, y nunca había representado un escollo para
la economía ni serios problemas de gobernabilidad al Estado. El
conflicto se incubó y se creció en la Colombia rural y casi
de espaldas a la Colombia urbana. Hemos vivido en un país virtual
pero no en el país real, por eso los colombianos no entienden el
conflicto y sus raíces. En estos últimos años, cuando
el conflicto adquirió importancia y se hizo inocultable, las élites
dirigentes han pensado en cómo terminarlo y no en cómo superar
sus causas. No es importante la paz como tal, sino cómo derrotar
a los insurgentes, por eso las fórmulas mágicas del presidente
Álvaro Uribe Vélez se sustentan en la creación de
una red de informantes de un millón de ciudadanos y en la incorporación
de 40 mil reservistas al pie de fuerza del Ejército, y nada dice
de las reformas estructurales, demandadas por la sociedad desde hace años
y siempre aplazadas.
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La terminación de la guerra
es fundamental, es una condición necesaria para la paz, la reconstrucción
nacional y el desarrollo, pero no es suficiente para superar las violencias
y las desigualdades, como lo están demostrando las experiencias
de paz en Centroamérica. En el caso colombiano es preciso formular
¿si ha llegado este conflicto a un momento en que no es controlable
por el establecimiento? De la respuesta que demos a ella pueden surgir
variadas conclusiones y actitudes.
No olvidemos la historia: Álvaro Uribe no es el primer presidente en declararle la guerra a la subversión, lo han hecho todos sus predecesores, desde Guillermo León Valencia (1962 – 1966). Con Pastrana (1998-2002) son 10 los presidentes consecutivos que han amagado la paz y escogido, en definitiva, el camino de la guerra. Y no la ha ganado ninguno. Por el contrario, la subversión ha crecido en la guerra y gracias a la guerra. Hasta ahora la receta de la guerra ha sido equivocada, porque se parte de un diagnóstico equivocado. El establecimiento y sus élites dirigentes creen y así lo plantean, que la subversión es la enfermedad, cuando la subversión y demás expresiones de violencia son las manifestaciones de una grave y crónica enfermedad; por ello siempre han decidido, de manera equivocada, combatir los síntomas y no las causas de la grave y crónica dolencia que sigue socavando a la nación. Nunca ha existido voluntad política real para adelantar, con participación popular, las reformas estructurales conducentes a lograr niveles aceptables en justicia social. La crisis y el conflicto colombiano, por su gravedad, tiene ya notoriedad mundial y exhibe características como escalamiento y envilecimiento crecientes lo cual conlleva cada día más sangre, destrucción y muerte, lo que algunos llaman crisis humanitaria; este conflicto encierra un riesgo potencial en cuanto puede comprometer la estabilidad política de la región, convertida hoy en un gigantesco escenario de explosividad social y política. No puede pasarse por alto el hecho de que Colombia es el productor de las 2/3 partes de la cocaína del mundo (700 toneladas anuales), soporte financiero de la guerra y de que el narcotráfico, hoy narcoterrorismo, se ha convertido en el tema número uno de la agenda norteamericana, ni se puede olvidar que en la reunión de Lima en 2002, Bush y los Presidentes del área andina se comprometieron a diseñar una estrategia común para enfrentar el narcoterrorismo en la región. El Plan Colombia presentado como estrategia antinarcotráfico ha derivado en una estrategia abiertamente antiterrorista. Con la llegada al gobierno de Colombia de Uribe Vélez se busca por parte deWashington regionalizar el conflicto por lo que el Plan Colombia, está dejando de ser una iniciativa antinarcóticos para desenvolverse como un plan anti insurgente con alcance a toda el área andina. ¿FRACASÓ LA PAZ COMO POLÍTICA? Preguntémonos también: ¿Han hecho crisis, en Colombia, los medios y métodos, tradicionalmente empleados, para el tratamiento y solución de este tipo de conflictos? El establecimiento debe entender que al tipo de conflicto que vivimos en Colombia, con sus diversas y variadas singularidades, no le son aplicables los medios y métodos centroamericanos, ni tampoco los aplicados a los grupos insurgentes amnistiados, reinsertados o incorporados a la vida civil en la década del noventa. Lo que ha fracasado en Colombia no es la política de paz, que nunca ha existido como tal, sino los medios y métodos empleados para la resolución de este inveterado conflicto. A partir del ascenso de Uribe Vélez al poder la guerra se ha privilegiado como el mecanismo para la salvación de la sociedad colombiana y entonces, se dice, es necesario hacer todos los sacrificios necesarios para lograrlo. En concordancia con ese enfoque se ha acudido al pueblo para que pague los costos de una guerra que no es del pueblo. Al respecto, los mismos Estados Unidos han sido no sólo claros sino enfáticos: si quieren hacer la guerra tienen que pagarla (Grossman, Departamento de Estado). Decidido el camino de la guerra, cuando menos, sus costos deberían ser explicados en forma amplia al país y no embarcarlo ciegamente en ella para encubrir así a unas élites dirigentes que no quieren gastar nada en la paz. Los costos de la paz son una inversión a futuro. Los costos de la guerra cavan la sepultura económica y física de millones de colombianos, y siembran odios, rencores y remordimientos en la conciencia colectiva de un pueblo, los cuales se transmitirán de generación en generación. Colombia es una nación viable con una paz negociada e inviable con una guerra que puede desintegrar el territorio y, además de los ya existentes, desatar convulsiones culturales y étnicas, hasta ahora alejadas de nuestros conflictos.
Las generaciones actuales de colombianos
no conocen ni saben realmente lo que es una guerra como la que se está
planteando. El Departamento Nacional de Planeación y el Ministerio
de Hacienda han calculado muy biensobre lo que le vale al Estado y, por
consiguiente, al bolsillo de los colombianos librar esta guerra. En estas
dependencias del Estado, sus altos funcionarios parecen generales experimentados
planificando la guerra. Los costos de cualquier guerra siempre
son impresionantes, imprevisibles e indescifrables y sus resultados inciertos
e inmedibles. Por ejemplo, la operación Gato Negro llevada a cabo
por la Fuerza de Despliegue Rápido en el Vichada, en abril del
2001, involucró 3.555 unidades del ejército, durante 70
días, le costó al Estado $ 16.382 millones de pesos. El
solo costo de aeronaves y municiones de esta operación ascendió
a 10.775 millones de pesos. Resultado: captura del narcotraficante brasilero
Fernandinho Veira Mar. El periódico El Colombiano, en su sección
Rumbo Nacional, del 3 de marzo del 2002, señaló que la guerra
tenía un costo de 46 mil millones de pesos diarios. El Espectador
de esa misma fecha afirmó que los diez días de guerra comprendidos
entre el 21 de febrero y el 2 de marzo le costaban al país 300
mil millones de pesos. Un consultor internacional, Guillermo Méndez
Pachón, realizó recientemente un estudio con cifras de Planeación
Nacional, Banco de la República, Ministerio de Defensa y Fuerzas
Militares, sobre los costos del conflicto asumiendo una multiplicación
de los “teatros de guerra” por todo el país. Según
este consultor, la inversión no garantiza el éxito de las
operaciones militares y fácilmente se puede pasar del 9% al 15%
del PIB anual, sin una fecha cierta del final de la guerra. Esta situación
comprometería unos 25 billones de pesos anuales, unos 100 billones
en cuatro años. Cada año de guerra requerirá para
su financiación la destinación, por parte del gobierno nacional,
de la totalidad de los presupuestos de inversión, pago de la deuda
y nómina de los empleados públicos. |
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Además, la Ministra de la Defensa Nacional ha
anunciado la incorporación de 40 mil unidades de reservistas para
reforzar el pié de fuerza del ejército. Estas nuevas unidades
militares tendría un costo por unidad mes de $516.666.66 para un
costo anual por unidad de 6.2 millones. En consecuencia las 40 mil nuevas
unidades de reservistas tendría un costo mensual de más
de veinte mil seiscientos sesenta y seis millones de pesos ($ 20.666’666.666.67)
y en un año estos nuevos destacamentos de la guerra llegarían
a la escalofriante suma de Doscientos Cuarenta y Ocho mil millones de
pesos. La anterior cifra es el costo mensual del sostenimiento de un soldado
regular. Su sola incorporación demandaría de inmediato miles
de millones de pesos en transporte, avituallamiento, armamento, alimentación,
alojamiento, planeación y administración.
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¿CUÁL ES EL COSTO DE LAS GUERRILAS Y LAS AUTODEFENSAS Y QUIÉN LAS VA A PAGAR? Este es otro capítulo que es preciso tener en cuenta para llegar a una visión totalizadora de los altísimos costos que los colombianos vamos a pagar por el fracaso bélico; de ello son responsables tanto la élite dirigente del establecimiento como la élite insurgente que no han encontrado la forma de darle curso a la solución política negociada del conflicto. Tradicionalmente se ha dicho en Colombia que las fuentes de financiación de las guerrillas son el secuestro, las vacunas, la extorsión, los asaltos bancarios y el porcentaje que cobran por el gramaje de la coca y la amapola. Sin embargo, en los últimos años, se ha señalado a las FARC como un nuevo cartel con plantaciones, laboratorios y rutas propias para sacar, enviar y negociar narcóticos en el exterior. Un estudio de Planeación Nacional señala que las FARC tienen ingresos anuales de 576 millones de dólares. El Investigador Paul Collier indica que tienen ingresos de 700 millones de dólares anuales. El analista francés Guy Sorman, en un artículo publicado por Le Fígaro de París y reproducido por la revista “Cambio” sostiene que las FARC tiene 30.000 hombres y mujeres en armas e ingresos por diversos negocios de 1.500 millones de dólares anuales (3 billones 450 mil millones de pesos), de los cuales 2/3 partes (US.1.000 millones) provienen de la cocaína y la amapola y la otra tercera parte (US. 500 millones) de rescates, vacunas y extorsiones. De otra parte, diversos analistas señalan que las autodefensas tienen 8 mil unidades en armas; si equiparamos sus costos por unidad a los del ejército oficial, tendríamos que los costos anuales de sostenimiento de las tropas regulares de las autodefensas serían de $49.600 millones de pesos. De esta manera podemos afirmar que la guerra, para cualquiera de los actores, se convirtió en un problema financiero. El control de economías regionales, legales, ilegales o cruzadas se está convirtiendo en una problema vital para cualquier actor. Obligar a las FARC a negociar, cortándole los recursos financieros de los narcóticos, estrategia implementada mediante el Plan Colombia, ha sido otro rotundo fracaso de la política norteamericana antinarcóticos, implementada desde los tiempos de Ronald Reagan. Presentamos a continuación un cuadro
general sobre los costos de los aparatos militares, construido a partir
del número de efectivos humanos que se dice tiene cada uno de los
actores armados, y tomando como unidad de costos los mismos que presenta
el gobierno nacional, Ministerio de Hacienda, referidos a un soldado regular
por año, $6’200.000.oo y, además, el estimativo general
sobre los costos diarios de la guerra, presentado en diversos medios de
información nacional y revistas especializadas en asuntos económicos
y financieros. Como se ha indicado en este ejercicio de medición y cuantificación financiera de la guerra se ha tomado para todos los efectos y para todos los actores los costos básicos de un soldado regular del ejército nacional que es de $6’200.000.oo anuales, y no los de un soldado profesional estimados por el propio Ministerio de Hacienda en $ 18’000.000.oo anuales. La primera cifra, ante la imposibilidad de contar con datos más exactos, la hemos estimado como una cifra indicativa de un costo promedio que puede aplicarse a la unidad básica de todos los actores armados. |
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OTROS COSTOS DE LA GUERRA |
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Costos Ecológicos y Ambientales:
La siembra de minas antipersonales por los actores armados. La fumigación
aérea, como parte de la lucha antinarcóticos (Plan Colombia),
en regiones como el Putumayo, Guaviare, Caquetá, Nariño,
Macizo Colombiano, Tolima, Sur de Bolívar, Norte de Santander,
Boyacá y Antioquia, configuran un verdadero ecocidio, crimen que
debería ser juzgado por un Tribunal Internacional, porque en regiones
como el Sur de Colombia se está atentando contra el primer pulmón
del planeta: La Amazonía. El 3 de marzo del 2002 comenzó
la “Operación Dignidad” de la Policía Antinarcóticos
dirigida a fumigar, según dicen, 19.500 hectáreas de cultivos
ilícitos (coca y amapola) en la antigua zona de despeje, lo cual
pone en peligro el edén ecológico de La Macarena. Esta Operación
tiene un costo de $20.631 millones de pesos. Además, todas las
fumigaciones aéreas manejan información de radar, la cual
no es totalmente confiable y por ello se fumigan cultivos lícitos,
llamados de pancoger, atentando de esta manera contra la seguridad alimentaria
de los campesinos y de los centros urbanos.
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Costos Sociales: El patrimonio cultural y el tejido
social del campesinado, comunidades negras e indígenas está
siendo destruido, en detrimento de la nacionalidad. Las organizaciones
de la sociedad civil rural se han debilitado o han sido destruídas
en gran parte del territorio nacional. Los huérfanos de la guerra
aumentan. El número de mujeres cabeza de familia, producto de
la guerra, crece; las víctimas de las violaciones a todo tipo
de derechos, dignidad y bienes se extenderán por todo el territorio.
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